Las ronchas
rebeldes
El domingo y
su tarde solitaria asomaba en el reloj. Anselmo se sintió convidado a continuar
la lectura de la novela. Encendió la hornalla y mientras calentaba el agua salio
al patio. Observó las cenizas aun
humeantes en el fondo del asador
Su familia
dormía y Anselmo se recostó en el sillón
amplio, herencia de sus abuelos, y con sus mates tibios, se dispuso a leer.
Se
sorprendió al ver una roncha en uno de sus brazos.
- “Me picó un bicho”,
pensó
Mas tarde,
en la mitad del termo observó otras dos; y dos mas en el otro brazo. Rápido de
reflejos se puso alcohol y un desinfectante. No funcionó: a la noche el número
de ronchas pasaban las diez y al día siguiente eran tantas que no supo
contarlas
Anselmo
dispuso ir al médico el martes a la tarde. En la última hora de clase, dejaría a
sus alumnos con un trabajo práctico. El consultorio estaba al lado de la escuela
y el médico atiende a esa hora.
Tocó el
timbre y tocó la puerta. Estuvo unos diez minutos en la sala de espera. Por fin,
la puerta se abrió. Otros Escritores visitaban al Médico. El arte emana de
algunos dolores, también los cura. Todos los otros los sana Sormani.
- “Anselmito…”
Se saludaron
con un fuerte apretón de manos, alegre. Platicaron. Se sentaron. Anselmo le
mostró los brazos. Sormani no pareció preocupado, seguía hablando de varias
cosas a la vez.
Desarrolló
una explicación médica que Anselmo no quiso entender y cortó un par de rectángulos blancos de papel.
Allí escribió, veloz, el antibiótico, las vitaminas, las cremas y las
recomendaciones. Selló, firmó y puso fecha.
- El perro está viejo
* Ha pasado el tiempo
- Me le ando escondiendo a la Rosa, hay que
sacrificarlo
* Tan viejo no estoy
- Vos tomá el
antibiótico. El perro no da mas. El desgraciado no se quiere ir
* Qué stress!!.. es cada 12 horas?
- Tenés las defensas
bajas
* Son los años
- O la Pachorra
* Qué problema el perro. Qué vas a hacer?
- Ponete la crema,
cubrila con gasa y cinta hipoalergénica. Que te haga tapón.
* Todo esto lo vende Fabián?
- Probablemente haya que clavarle la jeringa…
son tantos años de ese perro. Un pinchazo y el dolor se termina.
* Una vacuna tambien me tengo que poner?
- Las vitaminas te van
a hacer bien… Por eso me anda buscando la Rosa… Quiere saber que voy a hacer con
el perro, si voy a comprar la jeringa… Son muchos años de ese perro.
* Es el perro de siempre, va a costar
- Seguro las ronchas se
te van a curar. Y no te las rasques si
te pican.
Se
saludaron. Otra vez el fuerte apretón de manos y unas palmaditas en la espalda.
Sormani volvió compungido a su dilema, Anselmo al suyo.
Así pasaron
tres largas semanas enteras y las ronchas ahí, mas grandes. Se acabaron las
vitaminas, los antibióticos, las cremas, las gasas. Y las ronchas ahí.
Preocupado
su padre la compró las botellitas que Sormani le supo recetar a la chola para
aumentar las defensas. Eran diez y había que tomar una cada mañana, antes de
desayunar.
La mañana
del décimo dia la última botellita se acabó. Y las ronchas ahí. Anselmo desayunó
y se entregó a la ducha. Como cada día en cada baño, el agua caliente irritaba
las ronchas y le causaba comezón. Esta vez Anselmo ya no pudo mas y cedió. Se
rascó, se arañó, se lastimó.
A la siesta
visitó el infierno. Ingresó asustado. Tanto monte verde no se parecía a sus
fantasías de catecismo. Camino unos pasos hacia adelante y un perro de color
marrón lo sorprendió con sus brutales ladridos.
Anselmo tuvo
miedo. Aún podía evitar el camino corriendo de regreso hacia la salida
Entonces se
inclinó y simuló tomar una roca del suelo, amenazando al perro. Éste se asustó,
detuvo sus ladridos y Anselmo avanzó un poco mas seguro.
El Diablo
chapoteaba en la acequia, allá al fondo. Se refrescaba lujurioso en esas aguas
puras y rápidas. Sospechó que Anselmo vendría hacia él.
Resignado
empezó a salir de la acequia con algo de fastidio, dejando ver las curvas
perfectas de su cuerpo mojado, apenas cubierto con un sutil bikini blanco.
Anselmo no pudo hacer otra cosa que mirar.
- Tranquilo. Acá podes
pecar sin culpa…. Qué te hace Falta, pibe?
Anselmo, aun
absorto intentaba esbozar una respuesta sin lograr acomodar las palabras. Le
acerco sus brazos y se los mostró.
- Mmm… cuando
entenderán que no atiendo a la siesta, menos los feriados y los domingos… a ver,
dejame ver
* Me
salieron estas ronchas horribles en los brazos, y parece que no se
van
- Veo
* Fui
al médico
- Ay Pepe!!
* Lo conoces a Sormani?
- Anda
por el parral tocando la guitarra… Qué me miras así, pibe?
*
Nunca imagine que Sormani….
- Si, si… Él tampoco
atiende a la siesta, ni los feriados ni los domingos.
* No, no… me refería a que….
- Si, si… Es un gustito
que nos damos los dos. El mejor médico de la tierra atiende en el infierno. Anda
buscalo y que te cure.
* Pero es la siesta
- Y también es
Feriado
* Además hace mucho calor
- A vos te va a
atender.
Ambos
caminaron juntos unos metros mas, antes de buscar cada uno su rumbo
- Me vuelvo a donde
estaba. Está riquísima el agua de la acequia… ¿ Sabés hace cuanto que no llovía
así?
* Tanta sequía ha de haber sido el resultado
de las acciones del hombre en el planeta
- La sequía no siempre
es cosa mía. También es un premio a los terratenientes y sus subsidios. Ellos
son los que van a la Misa seguido.
Finalmente,
Annselmo llego solitario al Parral buscando a Sormani. Se saludaron
- “Anselmito”
Y otra vez
el fuerte apretón de manos
- Viste: esta buenísima la Lucre… que buen par de
pechos!
* Quien?
- Lucrecia!!!
* El Diablo?
- Si. Cualquiera le
pone el nombre que quiere. Yo le puse Lucrecia… Que haces acá?
* Las ronchas
- Todavía con está con
eso? No hiciste lo que dije?
* Hice todo: tomé los antibióticos, las
vitaminas, las cremas y hasta las botellitas de la Chola que me compró
Miguelito.
- No, eso no. Lo otro
que te dije.
Anselmo hizo
un gran esfuerzo en recordar.
* La
inyección; el perro?
- Si, eso.
* No sé que tenia que hacer. La verdad apenas
le presté atención.
- Estás dejando de lado
la capacidad de hacer las cosas importantes.
* Son
los años
- O la pachorra
Anselmo
extendió los brazos y los dos se sumergieron en el tablón donde aún estaban las
últimas cajas de vino vacías, algunas empanadas frías y varias moscas
insolentes. Sormani observaba las ronchas, pensaba, platicaba…
* Y que pasó con el perro
- No sé si lo maté, se
murió o aún está vivo
* Es uno grande color marrón?
- Si
* Me ladró cuando llegué, en la entrada.
- Entonces todavia anda por
acá
* Sabe la Rosa?
- Menos averigua Dios y
mas perdona
A sabiendas
que no había otra cura, Sormani se puso de pié y con palmaditas en la espalda
acompañó al afligido Anselmo hasta un tacho de basura.
- Meté la mano y sacá el clavo que tiró la
Lucre ayer por la tarde
El basurero
repugnaba: Todo tipo de desechos podridos y excrementos lo habitaban, con
moscardones, de esos verdes y asquerosos, también unos gusanos grises y una
cantidad enorme de larvas color arena
Ahí metió
una mano Anselmo, la primera, luego el brazo enronchado entero. Unos segundos
mas tarde, la otra mano y el otro brazo. Por fin encontró el clavo. Oxidado,
filoso, aterrador.
Entonces
Sormani tomó la guitarra y empezó a cantar una de esas melodías riojanas que le
recordaban sus épocas de estudiante de medicina. Anselmo se ubicó en la orilla
de la acequia y metió los pies en el agua. Con el clavo empezó a hincar cada una
de sus ronchas, todo el clavo, bien profundo, hasta mas allá de su propio dolor.
Todas las llagas, una a una. Creyó escuchar venir ladrando al perro, a lo
lejos.
Mas tarde
despertó aturdido y con un poco de calor. Observó sus brazos y luego levantó la
mirada hacia la ventana que dá al jardín.
Ahora tiene
un perro en el patio de su casa. Se llama Yagui
Lisandro Ahumada